San Isidro 2025
Morante de la Puebla, locura transitoria en Madrid. Tarde histórica en Las Ventas
El torero sevillano abre su primera puerta grande en la Monumental en una tarde de pasiones desatadas. Cientos de jóvenes invaden el coso venteño para procesionar a hombros a José Antonio Morante Camacho por la calle Alcalá.

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La plaza era un manicomio. Ateos y agnósticos habían sucumbido. La historia de la tauromaquia enarbolada por un nuevo dios. El Guadalquivir había llorado su caudal por las grietas del corazón torero de uno de sus hijos. El eco de los ¡olés! nacía en la calle Alcalá y desembocaba en las marismas de la Puebla del Río. Las gargantas, rotas. Las vísceras, fuera. El toreo ácrata de Morante había crujido la piedra ardiente de los tendidos. El artista culminaba su obra en las heridas de los ya discípulos del genio. Tres naturales como tres mandamientos. Un escalofrío nos partió por dentro. Necesitábamos confirmar el milagro en la mirada de un desconocido. Sonrisas de sol a sombra que sellaban una hermandad de por vida, “yo estuve allí”.
A las 21:45 cruzaba el diestro la puerta de los sueños. La que los da y los quita. Recuerdo mirar el reloj hasta en tres ocasiones, pues tenía la sensación de que la mano izquierda de Morante había parado el tiempo. No importó la condición del cuarto toro de Juan Pedro Domecq, la parroquia quería rock and roll y el maestro desplegó la partitura insonora del toreo. El misterio. Con la imaginación de un niño que vuela por primera vez una muleta, llegó el éxtasis. El desplante. Torear sin toro. El toreo en movimiento en la época de la firmeza estática. Las femorales enfrontiladas desafiaban las puntas del burel. La carne por la carne. La bragueta teñida de sangre caliente en un giro físicamente imposible, dominado por la sutileza de unas muñecas partidas de toreo. La muerte del toro anunciaba la vida. Una obra que nacía para no morir nunca.
Lo de Morante ayer en Madrid trasciende lo taurómaco. La imagen de la calle Alcalá paralizada ante la salida a hombros de centenares de jóvenes izando al diestro representa la revolución de lo anacrónico. La imposición del clasicismo en la era digital. Móviles en alza con hechuras de antorchas para iluminar la peregrinación del monarca del toreo. La encarnación del héroe antimoderno que viste medias rosas, fajín y castañeta. La rebelión social de un pueblo enmudecido por las corrientes mainstream. Lo pretérito enterrando lo woke.
Ya en el Hotel Wellington, el nuevo Papa del toreo, descansado sobre un batín añejo y copa de champagne en mano, asomó al balcón en una imagen de otro siglo. Se dirigió sonriente a los costaleros que habían puesto corazón, alma y hombro al servicio del elegido. El Ángelus. El último halo de luz para calmar una noche frenética. Dentro, en la habitación, los fantasmas de su mente y el tratamiento para paliar el trastorno disociativo que padece el genio. ¿Cómo es posible? La confirmación de que un artista tiene vivir y también tiene que morir, o estar muy cerca. Del dolor, la tragedia y la desesperanza están brotando en José Antonio los pasajes más bellos de su carrera. Un torero renacido de las sombras de las tinieblas para poner luz en un mundo huérfano de pasiones. Morante de la Puebla, mi padrino de alternativa, el torero más importante de la historia.
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